viernes, 22 de septiembre de 2017

Gracias, Rafael

Dicen que para romper el silencio debe haber algo bueno que decir... y creo que hoy lo tengo.  

La mañana de hoy la pasé practicando la paciencia.  Me darán la razón cuando les cuente que tuve que esperar por una consulta médica en un hospital público por casi cuatro horas para que mi hija fuera atendida... Gracias a Dios va en franca recuperación de una cirugía que le realizaron y que, con algunos sustos sorteados, todo está bien y eso coronó la espera. Debo confesar que pasé algunas noches angustiada, otros días muy preocupada y claro, con el dolor de ver sufrir a mi hija. Pero hoy, estando ahí las dos... confirmé que todo ha sido una vivencia que nos unió en complicidad, algo que seguramente necesitábamos las dos y que esta mañana disfrutamos -en realidad, creo que lo disfruté más yo... una adolescente, difícilmente lo aceptará-. Me di cuenta de que estar ahí con ella fue un gran regalo.    Pero hoy, Dios me regaló algo más... me regaló paz.   

Entre los que aguardamos en una sala de espera de cualquier clínica u hospital, siempre existe una especie de empatía.  Sabemos que las citas médicas son difíciles porque implican paciencia y esta se pone aprueba con el trato de las personas que dan las citas, las fechas en que programan, los traslados, las frustraciones, el dolor del enfermo, y un largo etcétera.  Pues bien, aunque no soy mucho de hablar con extraños, he de reconocer que en una sala de espera me gusta regalar una sonrisa o saludar; responder, lo más amablemente que pueda, si alguien pregunta algo y, de vez en cuando, entablar un diálogo porque sé que a veces la gente necesita sentirse escuchada. Durante la espera intercambié algunas palabras con una señora que llevaba una bolsa de plástico llena de sobres de radiografías y estudios... iba al mismo consultorio y su turno era después del nuestro.  Me comentó que la cita era para su hijo, que era discapacitado y lo traería cerca de la hora de la consulta porque sufría de mucho dolor debido a una lesión en la columna... y bueno... ya no hablamos más.  Salí a comprar una botella de agua y se me pegó otra... je, je. Cuando regresé le ofrecí una botella de agua a la señora y la otra la consumimos mi hija y yo. 

Un rato después, la señora me dijo que iba por su hijo y se retiró.  Transcurrida una media hora regresó con él; un chico de 24 años anclado a una silla de ruedas. Rafael, se llama. Ella lo acomoda cerca de mí, le da una botella de agua -esa que se me pegó en la tienda y que yo pensé para ella- y de la nada él empieza a hablarme.  Me doy cuenta de que está narcotizado. El dolor de Rafael es tan fuerte que tienen que aplicarle morfina.  Tras su adormecida apariencia, me deja ver una desbordada alegría. Preguntó mi nombre y el de mi hija... Nos dijo el suyo. Me comparte que por fin encontró un médico que le da esperanza para acabar con el dolor crónico en su pierna y volver a caminar... Me muestra su rodilla y pantorrilla izquierda -extremadamente delgada-  señalándome qué área le duele. Da gracias a Dios porque este médico le dice que él lo operará y que dejará de sentir ese dolor que lo ha acompañado por cuatro largos años y que ahora siente como que volaron.  Me cuenta que en el segundo año estuvo a punto de quitarse la vida desesperado por el sufrimiento y que no lo hizo al recordar que al recibir tres tiros de bala no se dio por vencido; luchó por su vida  y Dios Padre le concedió seguir en este mundo.  Se levanta la playera (remera) negra y me muestra sus cicatrices en el abdomen... dos de bala -el otro tiro fue en su pierna- y una grande, que supongo es de la operación que le realizaron.  Rafael me narró lo que le pasó... y de eso solo quiero comentar que me da tristeza cómo la vida ha perdido tanto su valor y con qué frialdad se puede accionar un arma para acabar con ella... definitivamente estamos solo bajo el amparo y cuidado de Dios.  Únicamente acerté a decir, -"¡Eres un milagro, criatura!"- .

Lo veo dar unos sorbos al agua y pienso que este momento ya estaba destinado a ser y siento el alma llenita.   Con entusiasmo sigue diciéndome cuánto le emociona que el martes lo van a operar. Él ya se ve sin dolor y caminando.  Está tan motivado por ir un día a ver a su hijo -no vive con él- no en muletas, ni con bastón, ni con andador, sino caminando por sí mismo. Todo esto y más me lo platica entre fuertes punzadas de dolor... de las cuales me percato porque se encorva y aprieta con fuerza su extremidad, que mantiene doblada sobre la silla. En ningún momento se queja.  Me sorprendió que durante la charla me llamó por mi nombre.  Hacía mucho tiempo que no escuchaba mi nombre completo... eso me emocionó. También me dio gusto que animara a mi hija... que, en su condición, le dijera que "el tiempo pasa volando".   Llegó nuestro turno y, antes de retirarnos, me permití estrechar su mano para despedirme.  Me hubiera gustado decirle más cosas pero teníamos que entrar ya al consultorio.  "¿Después sigo yo?", preguntó... "Sí, Rafael, sigues tú...", respondí sonriendo.

Toda esta mañana ha sido un regalo envuelto en delicadas muestras de la presencia del Padre Bueno. Las puso todas en el lugar exacto en el momento preciso... y estoy sumamente agradecida por todo, por tanto... Te lo comparto porque el encuentro me dejó mucha paz... Así actúa Él.  Te coincide con personas que te muestran que tu peor situación no es la peor... y que se puede mantener un espíritu libre a pesar de que en apariencia estés atado a algo...  Gracias, Rafael y que Rafael Arcángel te asista en tu próxima operación y Dios Padre te conceda lo que anhela tu corazón.

Nos seguimos leyendo... Que tengas bonita vida... de Corazón.